- Jacob, levanta. Aarón quiere verte.
Jacob se giró en su
catre sin muchas ganas y entreabrió los ojos. En la puerta se
recortaba la silueta de Max, un armario ropero negro lleno de
músculos y mala uva que llevaba su característica camiseta oliva de
tirantes ceñida, combinada con un pantalón largo de camuflaje, unas
botas de aspecto sólido y su máscara antigás eternamente colgada
del cuello. Como si se fuese a asfixiar cagando, o algo. A modo de
repetición de su orden, Max hizo un enérgico gesto con el pulgar de
la mano derecha señalando hacia fuera de la choza de chapas y
maderos.
El cansado hombre se
incorporó, vestido con los gayumbos y una camiseta que en otro
tiempo pudo haber sido blanca. Sobre ello se embutió unos pantalones
de camuflaje de desierto y una guerrera ligera a juego, sobre cuyo
bolso izquierdo un emblema desgastado que rezaba US MARINES y en la
parte superior de la manga derecha una esvástica recién cosida,
encuadrada en un círculo blanco sobre fondo rojo.
- ¿Qué quiere ahora el
gran hombre? – preguntó dando a entender que le importaba un
huevo.
- Cuida tu lengua o la
vas a perder echando ostias. Tú haz lo que te mandan.
- Jawohl –
masculló a regañadientes.
Con un último vistazo al
trozo de cristal colgado en la pared, que hacía las veces de espejo
en aquellos sitios donde la pintura negra no se había desconchado de
su parte de atrás, se colocó el flequillo sobre la izquierda de su
frente hasta parecer presentable y salió. Max se hizo a un lado lo
justo para que chocase con él al pasar, una provocación
milimétricamente calculada para forzar algún tipo de respuesta que
no hubo. Protegiéndose los ojos con la mano del fuerte sol matutino,
Jacob siguió al hombretón negro por el patio.
La actividad a esa hora
era bastante intensa, y lo primero que le sorprendió fue que le
hubiesen dejado holgazanear hasta tan tarde. Aquella gente de Festung
Germania no se andaba con miramientos, eran disciplinados, serios y
cumplidores, y si se habían puesto manos a la obra por algo no
solían dejar que nadie se escaquease. Había un par de cadenas
humanas que se iban pasando cajas, otros se afanaban limpiando armas
y enseres, mientras que un puñado supervisaba el tinglado e iba
organizando a los demás. Todo hacía presagiar que iba a haber una
incursión. Eso lo animó un poco. Cuando se unió a los fanáticos
del Quinto Reich no sabía que eran tan cuadriculados, la verdad,
pero eso no le importaba porque se dedicaban en cuerpo y alma a su
pasatiempo favorito: cazar mutantes. Por eso sí merecía la pena que
lo hubiesen sacado de la cama, merecía la pena hacer instrucción,
merecía la pena soportar guardias, gritos y disciplina. ¡Joder,
incluso merecía la pena soportar a Max! Bueno, quizá eso ya era
pasarse. Pero casi.
Tras cruzar el terreno
abierto del patio arenoso, Jacob llegó de nuevo a la sombra
protectora que ofrecían los tendejones del otro lado. Siguió
avanzando bien pegado a la pared hasta el extremo de los edificios,
hasta una puerta de hierro cerrada a cal y canto en un muro de
hormigón. La Guarida del Puma, el cuartel general del grupo y
aposentos del Feldmarschal Aarón. Sólo había visto una vez
al gran hombre, pero algo le decía que iba a volver a hacerlo. Max
abrió la puerta girando una rueda con sus brazos como jamones y le
indicó que entrase. Jacob así lo hizo, con su acompañante justo
detrás, y agradeció la súbita oscuridad en la que quedó sumido el
pasillo en cuanto la pesada puerta volvió a cerrarse tras él.
Justo cuando sus ojos se habituaron al tenue resplandor de las luces de emergencia encendidas a lo largo del techo del corredor, sintió el empujón de la manaza de Max en su espalda y echó a andar otra vez con gesto de disgusto, rumiando la forma en la que se iba a vengar de semejante trato. Tras un par de giros llegaron ante una puerta de madera con una esvástica dorada colgada, junto a la cual montaba guardia un hombre alto, rubio, de intensos ojos azules y vestido con uniforme militar de la cabeza a los pies, firme como un poste y con una escopeta automática en las manos. Jacob no sabía su nombre, ni le importaba realmente. Cuando se acercaron, el guardia abrió la puerta sin bajar la mirada y se hizo a un lado.
- Adentro – gruñó
Max.
Una vez más cruzaron el
umbral y la puerta se cerró tras ellos. El despacho de Aarón
Schwartzman era una mezcla de oficina, armería, dormitorio y sala de
reuniones. No había ni un centímetro sin aprovechar para colocar
sillas, una mesa con mapas de la región circundante, un camastro,
cajas de balas, armeros, pilas de libros de Historia o tácticas
militares, ropa, focos halógenos e incluso un busto de un hombre que
Jacob no identificó. Tras un escritorio modesto estaba Aarón,
sumido en la lectura de algunos papeles. A su lado estaba Mercedes,
una de sus lugartenientes de mayor confianza, pequeña, morena de
pelo y piel, curtida, rápida como una serpiente y una hija de puta
de los pies a la cabeza. La mujer levantó la vista para mirarlo al
entrar, y su gesto no presagió nada bueno. Jacob tragó saliva con
fuerza. Tras dejar pasar unos segundos calculados a la perfección,
Aarón también alzó la mirada.
- ¿Has dormido bien,
Jacob? – dijo, casi con amabilidad.
Una alarma se disparó en
la mente del soldado.
- Espero que las sirenas
de movilización general no te hayan desvelado… - continuó.
¿Habían sonado las
putas alarmas? ¡Joder, sí que estaba sopa, ni se acordaba de
haberlas oído! Le iba a caer un buen rapapolvo, seguro, y encima del
gran hombre en persona.
- Roncaba como un bebé,
herr Feldmarschal – apostilló Max desde la puerta -.
Venga, alegría, justo lo
que le faltaba. Que el negro cabrón se pusiese a enmierdar más las
cosas. No se giró para mirarlo, pero hubiese apostado lo que fuese a
que sonreía de oreja a oreja.
- Gut, gut –
dijo Aarón levantándose mientras se quitaba las finas gafas
redondas y las posaba sobre la mesa. – Entonces estará descansado
y listo para salir en misión de nuevo con Frau Mercedes, para
limpiar un asentamiento de untermen mutardos recién
descubierto por nuestras patrullas.
¡Bien! La conversación
empezaba a gustarle un poco más. Incluso se permitió sonreír
ligeramente.
- ¿Cuántas balas desea
llevar esta vez, hijo? – continuó Aarón.
La pregunta lo pilló
totalmente por sorpresa. ¿Le estaba preguntando realmente, a él, el
gran hombre, cuánta munición quería coger? ¿Le estarían
ascendiendo? ¿Es posible que le tuviesen el respeto suficiente como
para ascender un peldaño por encima de los simples pandilleros?
- ¿Diez? ¿Quince,
estarían bien? ¿Un cargador entero? – siguió hablando, mientras
salía de detrás del escritorio y se acercaba a él.
Eso sería maravilloso,
seguro que sí. Quería asentir ansiosamente y agradecer a su líder
aquella muestra de confianza, pero el gesto cada vez más sombrío de
Mercedes lo empezaba a poner nervioso y en el fondo sabía que algo
no iba nada bien. Mercedes había sido su líder de campo en la
última misión, cuando él había… oh, mierda. Todo saltó por los
aires.
- ¡¡¿¿Le gustaría
malgastar un cargador entero de balas, soldado Jacob??!! – le
increpó el Feldmarschal deteniéndose ante él y acercando el
rostro al suyo hasta llegar a sentir pequeñas gotas de saliva en su
mejilla -. ¡¿Para que así pueda andar disparando a lo loco todo el
rato?!
¡Eso era injusto! ¡Él
no había disparado a lo loco todo el rato! El rifle estaba mal
ajustado, la mira torcida, el cañón sucio, la munición era
defectuosa. ¡Y aquel maldito mutante-sapo pegaba unos brincos tan
grandes que era imposible acertarle a la primera! Endureció el gesto
y se puso más tieso, pero no se atrevió a decir nada.
- ¡¿Cuántas balas
gastó el soldado Jacob en la última misión, Frau Mercedes?!
– preguntó sin apartar la vista del rostro de Jacob.
- Siete, señor.
- ¡¿Y con qué
resultados?!
- Ninguna baja, señor.
- ¡¡¡Una actuación
brillante, soldado Jacob!!! –. El rostro del Feldmarschal se
estaba poniendo rojo por momentos, mientras que el del abroncado
soldado palidecía con la misma rapidez -. ¡¡Que no se diga que el
Quinto Reich escatima recursos en la caza de mutantes!! ¡¡Para qué
vamos a hacer caso de la instrucción, para qué vamos a seguir las
órdenes de disparar sobre seguro, de elegir objetivos fáciles y
realizar ráfagas cortas!! ¡¡Eso son tonterías!! ¡¡Mariconadas!!
¡¡Fuera seguro y a vaciar cargadores!! ¡¡Que se vea que vamos
sobrados, que nuestros enemigos no se atrevan ni a salir por la
intensidad del fuego!!
Aarón se desplazó hacia
una pared y abrió una caja metálica de cartuchos que había
colocada sobre una inestable pila de libros, ropa y cajas. Con un
gesto furioso agarró un puñado de balas, se giró de nuevo y las
lanzó con fuerza contra la cabeza del soldado.
- ¡¡Aquí tiene,
soldado!! ¡¡Todas las que quiera!! ¡¡Son gratis!! – su rostro
ya había adquirido el color del vino tinto y le temblaba ligeramente
la barbilla. Jacob se mantuvo firme bastante bien, teniendo en cuenta
que las balas que le habían dado en la cara le habían hecho
bastante daño lanzadas con tan mala ostia, y una incluso le había
acertado peligrosamente cerca del ojo.
La agresión parecía haber calmado un poco al líder del Quinto Reich, que retrocedió y se sentó en la esquina de su mesa mientras respiraba pesadamente. Miró a Jacob, meneó la cabeza y luego, cruzando los brazos frente a su pecho, se giró un poco para mirar a Mercedes.
- ¿Cree que este soldado
aún es aprovechable, Frau Mercedes?
- Es posible, señor.
- ¿Está dispuesta a
llevarlo de nuevo con usted en esta misión?
- Una última
oportunidad, señor. La motivación no le falta, eso seguro.
- Gut. Me fio de
su criterio. Pero… nada de armas de fuego, obviamente -. Aquello
fue un mazazo para Jacob. Le encantaba su rifle, e ir a una misión
sin él era lo peor -. ¡Es más! Creo que el soldado Jacob debe
volver a ganarse sus galones en este grupo. Para esta misión se le
equipará como a uno de los reclutas novatos, con una porra y poco
más. Nada de equipo especial. Nada de armaduras, ni de máscaras de
gas. Vuelta a la casilla uno.
¿Era una sonrisa, eso
que veía en la cara de Mercedes? La madre que la… El mundo de
Jacob se estaba hundiendo por momentos.
- Entendido, señor.
- Y tenlo vigilado. Que
no se escaquee, que cumpla como cualquier otro. Si se porta bien y
regresa, ya veremos cómo evoluciona su situación.
La voz del Feldmarschal
volvía a ser tranquila, a pesar de que acababa de firmar casi su
sentencia de muerte. ¡Ya había sobrevivido a su periodo como
piltrafilla! ¡No había sido fácil, pero había superado las
dificultades de la escasez de equipo y las misiones arriesgadas, y
ahora volvían a considerarlo como un novato! La cabeza le daba
vueltas.
Lo último de lo que fue
consciente fue de la manaza de Max que se le cerraba sobre el hombro
para sacarlo casi a rastras de la habitación.
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